martes, 23 de noviembre de 2010

Una persona, un país

Quizá ya no recuerden el post pasado porque lo escrìbí hace 3 meses y dije que es la antesala de lo que escrbiría en este. Así que ya no la hago más larga.
Uno de los lugares que más disfruté de mi corta, pero significativa, estadía en Venezuela fue Maracay. No solo porque, a diferencia de Maracaibo, el calor no era infernal, sino también por la gente que conocí. Todas son personas extraordinarias, desde mis vecinos del edificio Manire en la urbanización San Jacinto, hasta mis amigos del colegio La Calicantina, donde pasé dos extraordinarios años.
En uno de esos días rutinarios, cuando lo que menos imaginas es recibir una sorpresa - y vaya que fue la mejor del año- me llegó un mensaje de un amigo de Venezuela, de Maracay y de la Calicantina. En ese mensaje me decía que por cosas del destino (o de no sé quién) vendría al Perú. Días después aterrizó en el Jorge Chávez y no solo me trajo su magnífica presencia sino toda una avalancha de recuerdos y emociones que despiertan en mí ese país.
Me pareció increíble descubrir como una persona a la que dejaste de ver hace quince años, puede conservar intacta la misma sonrisa, los mismos gestos y una forma de ser extraordinaria.
Si soy completamente sincera, a mí no me entusiasma inflar el pecho por la comida peruana, pero debo aceptar que verlo disfrutar un plato de anticuchos (¡Gracias Tío Mario!) y verlo tomar un pisco sour, me llenó de orgullo.

No sé si las personas se pueden dar cuenta lo que significan para otras. En ese momento no era solo un reencuentro con un amigo, era un reencuentro con todo un país, que fue y sigue siendo mi segunda casita y fue bonito agradecerlo, aunque sea un poquito, con pisco y anticucho.

Esta canción la escuchaba bastante en Venezuela.


miércoles, 25 de agosto de 2010

Sin barrio

No es muy agradable para mí hacer esto, pero servirá para que se comprenda mejor el pròximo post que escribiré. El texto que sigue lo hice en mis (no muy lejanos) 22 años y explica todas las idas y venidas antes de afincarme en mi actual barrio: Surquillo.

Algunas veces envidio un poco a los que tienen barrio. Cuando digo esto, me refiero a las personas que nacieron y vivieron muchos años en un mismo lugar. Conocen perfectamente a sus vecinos, con virtudes y defectos, sus calles y sus olores. Nunca pude tener un barrio. Por razones que no comprendo pasé mucho tiempo mudándome.

La primera, en la lista de mudanzas que hice, me la tuvieron que contar. Yo era muy pequeña y los recuerdos de mi primer hogar en Monterrico son muy vagos. Solo retazos de imágenes mezclados con rostros sin nombre. Una trocha de tierra era lo que hoy llaman la avenida Caminos del Inca.

Las casas eran iguales, de un piso y con un diseño simple, como cajas de fósforo ordenadas en la bodega para ser vendidas. Ahí viví desde que nací, hasta los cuatro años. Después mi familia que está conformada por padre, madre y hermana, decidió romper con mi primera oportunidad de tener un lugar donde asentarme.

La casa de los abuelos maternos nos recibió. Desde aquí mis recuerdos son más claros. A pesar de vivir en el mismo distrito, Próceres -que era el nombre del nuevo barrio- era diferente de Monterrico. Aquí las casas ya habían roto la monotonía del primer piso, y se habían estirado hasta alcanzar el segundo y en algunos casos el tercero.

La Panamericana Sur serpenteaba como una culebra gris a pocos pasos de la casa. La leche ya no la dejaba en la puerta el lechero. Había que llevar el balde y caminar muchas cuadras de tierra hasta un establo cercano donde un señor arrugado jalaba como chicles las tetas rosadas de la vaca más gorda.

Era el año 87 y las noches marcadas por apagones y señales luminosas en los cerros de San Juan de Miraflores, donde brillaba la hoz y el martillo celebrando la caída de alguna torre, eran fascinantes para mí. Mientras los senderistas sembraban terror en Lima, hermana y yo salíamos de la casa para jugar en la oscuridad forzada de la calle.

Ya me estaba acostumbrando a la vida en Próceres, cuando padre y madre tomaron la decisión de cambiar nuevamente de casa, y esta vez no sería otro distrito, sería otro país. Así terminé en Venezuela.

Ya había cumplido ocho años y madre había viajado el año anterior para preparar nuestra llegada, extrañaba mucho a madre, por eso la idea de irnos me entusiasmaba. Pensaba que lo más difícil de hacer el viaje era elegir qué me llevaría, qué dejaría de recuerdo y a quién.

No tenía muchos juguetes y unos eran más queridos que otros, así que comencé la separación de cada objeto que me llevaría al nuevo hogar y de los que se quedarían a compartir con otro dueño horas de diversión. El viaje iba a ser terrestre, así que después de depurar mis juguetes lo único que llevé fue un par de peluches.

Llegó el día de viajar y ahí experimenté realmente la parte más difícil de mi nueva mudanza, separarme de mi familia. Primos, tíos, abuelos, todos éramos una tormenta de lágrimas en la agencia de TEPSA. Así comenzó la mudanza más larga, duró exactamente cuatro días de viaje por tierra.

Durante esos días cruzamos Ecuador y Colombia cambiando continuamente de ómnibus, cruzando cada frontera lo más silenciosamente posible, porque si bien teníamos pasaporte, le faltaba ese sello azul que muchos ansían para poder abandonar el Perú, la visa. Pero esas preocupaciones quedaban para padre, pues hermana y yo, nos divertimos todo lo que pudimos en cada país que pisamos.

Llegamos a Venezuela un 12 de diciembre del 1991, para ser más exacta a la ciudad de Maracaibo, la fortaleza petrolera del país. No fue difícil instalarnos pues con la ayuda de dos tíos que ya vivían ahí mucho tiempo, madre pudo alquilar un departamento cómodo.

Raúl Leoni, era el nuevo lugar de reposo. El cambio de ambiente no fue muy fuerte para mí. Lo que más me inquietaba era el cambio de escuela. Llegué a cursar tercero de primaria en un colegio llamado, Nuestra Señora de Guadalupe, y al contrario de lo que esperaba, mis compañeros me recibieron muy bien.


Lo que pensé sería una barrera de comunicación con mis nuevos amigos venezolanos, se convirtió en un imán que atrajo la atención de ellos. El hecho de ser extranjera me benefició, porque en las primeras dos semanas ya tenía muchos amigos.

Al año de llegar a Venezuela, padre consiguió trabajo en una ciudad ubicada a doce horas de Maracaibo y a dos de Caracas, la capital. Compró un carro de segunda y se mudó a Maracay, vivía ahí de lunes a viernes, los fines de semana subía al viejo Ford y conducía doce horas hasta cruzar los ocho kilómetros del puente sobre el lago de Maracaibo, en la otra orilla lo esperábamos nosotras.

Padre pasó un año yendo y viniendo, hasta que el dinero fue suficiente para pensar en la tercera mudanza. Volvimos a guardar nuestras chivas para desempacarlas en Maracay.

Esta ciudad difería en muchas cosas de Maracaibo, donde el aire acondicionado en cada tienda, casa u oficina, no era un lujo sino una necesidad, para aplacar los cuarenta grados en un día normal de sol. El clima no dejaba de ser cálido pero se podía salir a la calle sin un sombrero en la cabeza.

La ciudad era pequeña, tanto que podías ir casi a cualquier lugar caminando. Y la gente no hablaba con esa mezcla de dejo colombiano-argentino que caracteriza a los “maracuchos” y que para ese momento ya había invadido mi manera de hablar.

Maracay fue el rincón venezolano donde me arraigué más. Incluso pensé que por fin habíamos encontrado el lugar ideal para vivir, que ya no habría más mudanzas, más maletas hechas y deshechas; finalmente tendría un barrio, lejos de mi país, pero en un sitio que conocería como la palma de mi mano.

Lo que pasó después fue que la crisis venezolana nos mandó a mudar de vuelta al Perú. Los abuelos maternos ya no vivían en Lima, la nostalgia los llevó de regreso a Piura de donde salieron cuando eran jóvenes. No nos quedó otro recurso que buscar cobijo al otro extremo del árbol genealógico.

Esta vez los abuelos paternos nos abrieron las puertas de su casa en San Juan de Lurigancho por ocho años. Ocho años en los que padre y madre tuvieron que reconstruir nuestra vida pues regresamos para empezar de cero.
Ahora tengo veintidós años vivó con padre, madre y hermana en un lugar propio en el distrito de Surquillo. Recuerdo con nostalgia todos los lugares que fueron mi hogar ahora que ya es muy tarde para tener un barrio.



Les dejo dos canciones. La primera del grupo Desorden Público, que me trae muy buenos recuerdos de ese hermoso país que es Venezuela donde pasé unos de los mejores años de mi vida. Y el segundo video es una de las canciones màs bonitas del mundo del excelente compositor y músico venezolano Simòn Dìaz (verdadero autor de Caballo Viejo)





martes, 27 de julio de 2010

Dos meses y no despierta

He vuelto a escribir en mi blog porque no me quería llevar a la cama lo que tengo adentro, porque estoy escuchando a Spinetta y recuerdo más que nunca a Cerati, porque aún no me olvido de un abrazo que recibí hace poco, porque las últimas cosas sobre las que estaba escribiendo eran: nutrición, salud y economía familia, cuando soy la persona menos indicada para referirme a esos temas; porque siento que estoy acercándome -solo un poquito- a la Vania (o a la Almendra) que quería volver a ser y quizá también porque no escribía en el Gusano de Seda desde abril, y ya me empezaba a hincar esa espinita.

Como dije antes, estoy escuchando a Spinetta y recuerdo más que nunca a Cerati. Así que el tema que me trae a este post es Gustavo. Más de dos meses y no despierta. Ya no pienso en si lo hará algún día, porque no tengo respuesta para esa pregunta. Así todos los doctores de Latinoamérica hayan dado sus pronósticos -unos más infaustos que otros-, eso es algo que nadie sabrá y que yo particularmente no quiero enterarme hasta que ocurra algo.

Cuando Cerati recién tuvo ese cortocircuito en el cerebro, estuve tentada de pedirle a Joaquín Ortiz (el editor de los Blogs de El Comercio), que reactivara mi blog
Cerati en Lima, que tuve cuando vino a Lima para el concierto de abril. En el último post que escribí (emocionada haste el tuètano), varias personas comentaron que sintieron como si fuera la última vez que veían a Cerati, lo que me pareció tan extraño porque yo salí del concierto convencida que volvería pronto. Me hubiera gustado preguntarles a todos los que sintieron eso el por qué.
En fin, Cerati sigue dormido, sigo extrañándolo pero sigo repitiendo: Gracias por venir.

Me ha sido muy difícil elegir qué canción les dejo de Spinetta, quien (no muchos lo saben) es muy admirado por Cerati y de hecho su música tiene bastante influencia del Flaco. Así que dejo dos: Muchacha ojos de papel y Bajan (cantada con Cerati)






miércoles, 24 de marzo de 2010

Aquí y ahora

Regreso a mi primer blog. Después de vivir la grata experiencia de abrir un segundo blog, el Gusano de Seda vuelve a tejer.

Hace dos días, tirada en la cama de mi mamá (mi lugar favorito para ver TV) vi una película que hace muchos años no encontraba en mis zappings: Despertares. En ella un enfermo catatónico (Robert De Niro), es sometido a un tratamiento experimental para sacarlo de ese estado. Literalmente despierta, él y otros pacientes con la misma enfermedad. El médico que se atrevió a tratarlos (Robin Williams) crea una amistad fuerte con el personaje de De Niro, por eso se siente muy derrotado cuando pasado el tiempo el medicamento no funciona y todos vuelven al estado catatónico inicial.

Durante el corto periodo en el que estuvieron despiertos hay una escena que me impactó porque me recordó dos cosas que son obvias, que las escuchamos a cada rato pero las olvidamos con mucha facilidad: La primera, que la vida es corta y la segunda, que lo único real en este planeta, y en los otros, es el segundo que estás viviendo.

Les cuento la escena porque no la encuentro en YouTube. Robert De Niro al sentirse recuperado pide permiso a la junta médica para que lo dejen salir del hospital a pasear. El jefe de la junta le pregunta: ¿Qué hará si sale? y él responde las cosas más simples del mundo: "Caminar, ver las plantas, hablar con la gente. Todas esas cosas que ustedes dan por hecho"

Ver esa escena me dejó asombrada, pensando cuántas cosas estoy dando por hecho y me estoy olvidando de disfrutarlas. Por eso anoche salí a pasear con mi querido Yaco. Caminé por el parque, miré los árboles, me dejé iluminar por la luna. Tenía que aprovechar que no debo pedir permiso para hacer esas cosas.

Les dejo esta canción: "Precisamente todo está pasando aquí y ahora"

miércoles, 3 de marzo de 2010

Papá por siempre.

"Te extraño aunque sea para pelear" me dijo mi papá hace unos meses, mientras yo me encontraba en Piura. Solo estuve ausente dos semanas, pero mi papá me extrañaba aunque sea para cumplir ese ritual diario que últimamente dominaba nuestras vidas: pelear.

De un tiempo a esta parte he estado algo distanciada de mi padre. Vivimos en la misma casa pero en algunos momentos nos transformábamos en seres de otro planeta, que no podían comprender ni tolerar la forma de ver la vida del otro: Alien vs Depredador.

Felizmente no somos seres de otro planeta, somos bien humanos, él harta carne y yo harto hueso; felizmente hay algo que siempre nos ha unido y que nunca se podrá romper: Sporting Cristal.

No importa cuánto peleemos, no importa cuanto nos distanciemos, no importa cuánto tiempo dejemos de hablarnos, siempre nos vamos a encontrar para gritar un gol del Cristal, tal y como lo hicimos anoche en el Estadio.

Yo también te quiero mucho papá, aunque sea para gritar un gol del Cristal.

Te dejo esta canción que sé que te va a gustar


viernes, 12 de febrero de 2010

Tantos miedos, tantos

Gran parte de mi vida (suena a muchos años, pero son solo 26), ha estado llena de cambios. Y si bien muchos de ellos han sido por demás agradables y me han llenado de satisfacción, todos, absolutamente todos, tuvieron un preámbulo de miedo que estrujó mi corazón.

Antes de anclar en Surquillo en un departamento que califico injustamente de mío, porque valgan siempre las verdades: es de mis padres; me mudé 7 veces. Algunas de estas mudanzas implicaron no solo cambiar de barrio y de patas, sino también cambiar de país y de formas de hablar.

Así pasé 4 años en Venezuela, diciéndole a mis patas: chamos. Además del cambio de casa también tuve que sufrir los traslados de colegios que implicaba vivir horas de tortura, rompiéndome la cabeza, pensándo si seré capaz de adaptarme a pasar todo el día con otra gente que vive distintos sueños y admiran a otros héroes. Tanto miedo por las puras porque allá, conocí a personas extraordinarias que no solo me recibieron muy bien sino también me entregaron las más variadas formas de cariño.

El miedo ha sido mi compañero incansable de viaje, siempre he luchado para no sentirlo pero es hora de dejar de peleear esta batalla inútil contra él. Al fin y al cabo las cosas nunca resultan tan feas como las imagino y como dice Tim Burton en una de sus pelas - no recuerdo cuál- "algunas veces el miedo es la respuesta adecuada"

Esta canción no tiene nada que ver con lo que escribí pero es bonita:






lunes, 18 de enero de 2010

Feliz cumpleaños María Luisa

Hoy no me siento bien anímicamente, tengo mil cosas que hacer pero nada de ganas de levantar un puto dedo para hacerlas. Estaba dando vueltas por Internet, buscando inútilmente en no sé donde algo que me quite esta modorra y este desgano, y al fin encontré algo que me da algo de luz en esta breve noche.

Mañana es cumpleaños de mi mamá, cumple 56 años pero está radiante como nunca. Siempre he oído que cada padre prefiere a uno de los hijos, que tiene su engreído. Y creo que esta es una de las grandes certezas de la Vía Láctea, yo siento en el fondo de mi corazón que mi mamá me prefiere. Ojo, no quiere decir que no ame a mi hermana, sino que por mí hay un cariño especial, un cariño que le hace soportarme y comprenderme más.

Ese cariño que sentí que se me iba y me produjo un dolor tan grande cuando se fue a Venezuela un años antes que nosotros. Ese dolor indescriptible que me tragué todo el día mientras la veía preparar sus maletas, mientras veía sus lágrimas oscuras a través de la luna polarizada del TEPSA que la llevaba lejos de mí.

Creo que ni siquiera Marco sintió tanta tristeza como la sentí ese día. Toda esa tristeza que explotó en la noche cuando me tapé hasta la cabeza y no pude más con la pena. Ni siquiera mi papá me pudo consolar.

Mamita, una vez más has venido a rescatarme, aún sin estar presente, solo con tu recuerdo. Te quiero mucho, más que eso, te amo con toda mi alma, me muero de amor por ti y disculpa todas las veces que he dejado de decírtelo.


Feliz cumpleaños y feliz vida. Gracias por ser mi mamá.

Creo que nunca te lo he dicho pero cuando escucho esta canción pienso en ti:

domingo, 3 de enero de 2010

Este año quiero

...abrazar más,
...besar más,
...decir muchas veces te quiero,
...decir más veces te amo,
...que campeone el Cristal,
...que venga Cerati,
...viajar más,
...estar más en mi casa,
...ir más al cine,
...leer más,
...escuchar más música,
...sonreir más,
...llorar menos,
...ver más CQC,
...hablar más con mis amig@s,
...pasear más con Yaco,
...que mi sobrina sonría más,
y escribir más, sobretodo en mi blog.

Feliz año para todos, y siempre quieran màs.