Odio a pocas personas en el mundo. Si Dios me ha dado una virtud (o un defecto) es que me cuesta mucho sentir rencor o tratar mal a alguien, aunque se lo merezca. Pero entre el pequeño grupo de humanos que se ha ganado mi odio, tejiendo muy fino y entrenando a diario, están los tontos de la puerta.
Esta especie son personas que llevan viajando más de un año en El Metropolitano y creen que aún están en una combi pues no abandonan la horrible costumbre de quedarse parados en la puerta. Al principio traté de comprenderlos porque he sido una usuaria de combi por más de diez años, he sido aplastada, insultada y arrastrada por estos coloridos vehículos. Sé lo que se siente que grites tu paradero 10 cuadras antes y que al chofer le dé la gana de dejarte 10 cuadras después. Sé lo que es escurrirte como pericote entre todos los cuerpos comprimidos para llegar azul de la asfixia hasta la puerta destartalada y le pongas tu billete de S/.10 en la mano sucia del cobrador para que te entregue el vuelto con el tiempo justo para saltar en tu paradero. Sé lo que es preferir quedarse parado cerca a la puerta y hacerte el sordo cuando el cobrador te decía: "Avance al fondo que hay espacio".
Sin embargo, un mes fue suficiente para darme cuenta que entre El Metropolitano y una combi hay tres Vías Lácteas de diferencia. La primera semana palpaba con mi mano nerviosa el pasamano para encontrar dónde carajos estaba el timbre que anuncie al chofer que me tenía que bajar. ¡Oh maravilla! el bus se detiene en todos los paraderos ¿y si me quedaba dormida? Pues me bajo y tomo el bus de regreso que nada me cuesta.
Otras bondades que descubrí fue que el mejor lugar para pararse, cuando no hay asiento, es la parte central o como me gusta llamarla desde pequeña: el acordeón. No solo porque puedes apoyarte y prescindir de tus manos para sostenerte -mientras tanto puedes leer un libro o rascarte la parte del cuerpo que más te pique- sino que también porque es el lugar con mejor ventilación. Pero tiene otra virtud que es la más importante de todas, cuando subes al bus y caminas hasta el acordeón le das la oportunidad de subir a otras personas que también quieren viajar rápido y no lo pueden hacer por los soquetes que se quedan parados en la puerta.
Miles de veces me he quedado en la estación dejando pasar los buses y mirando con desprecio a la masa de brazos y cabezas aplastadas en la entrada, mientras en el acordeón cuatro gatos dormitan de lo más lindo. Pero un día decidí nunca más dejar pasar un bus y darles batalla a los tontos de la puerta. Ahora mi estrategia consiste entrar sí o sí al bus, llegar hasta el acordeón y en el camino hacerle daño con mi cartera a la mayor cantidad de tontos. Me ha funcionado pero dudo que mi cartera algún día los extinga, tendrían que volver a nacer. ¿Tan difícil es pensar en el otro?
jueves, 21 de junio de 2012
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